5 Llenó su cantimplora al estilo Hemingway
Ya yo había ido a Nueva York el mismo 31 de diciembre. Mi cuñada y sobrina me llevaron a conocer su iglesia. Había sido un teatro y luego café cantante en el Broadway donde posiblemente algunos cubanos pusieran nuestra cultura en alto en los años cincuenta. No me impresionaron los rascacielos, ni la nieve acumulada. Nueva York era como un destino necesario y algo que me parecía conocer de toda la vida. Nunca he creído en el eufemismo de la capital del mundo. Fue para mí como estar donde debía estar. Mi vista no recorrió los rascacielos, la policía montada, ni los comercios aglutinados. No era una visita turística ni yo era un turista. Era tan natural para mí entrar en la ciudad que no recordé tomar la foto de primicia para enviar a los familiares. Esta como cualquier urbe del mundo era mía desde la infancia. Yo las había soñado en innumerables lecturas. Mi primera entrada a la ciudad que tanto quisieran ver otros compatriotas era para mí como si fuera la enésima visita. En el rápido recorrido dentro del auto reconocí algunos lugares que ya en mi mente estaban grabados.
Pero cuando Hiler me invitó a ir el 15 de febrero fuimos en tren y anduvimos a pie por las calles y entonces me impresionó el carnaval de las multitudes multicolores donde cualquier raza del mundo estaba en más abundancia que el arquetipo imaginario del rubio americano. Nueva York me golpeó mucho ese día. Mi tío buscaba donde comprar unos relojes baratos, imitaciones, porque iba a viajar a Cuba. Encontramos unos latinos a los que les preguntamos. Cuando supieron que éramos cubanos nos trataron de “aseres” e imitaron el hablar de algunos de la isla. Al avanzar siguiendo el río humano sentí como que un meandro nos obligaría a desviarnos hacia la izquierda y bajar de la cera a la calle unos pasos más adelante. Al llegar tuve que mirar hacia abajo para ver la causa por la cual la gente se separaba del camino recto. Un hombre yacía muerto y hediondo y las moscas pululaban en su cuerpo a pesar de ser enero y muy frío. La impresión me detuvo.
Había visto en múltiples películas volar los seres humanos en pedazos, las espadas de los samuráis cortar cabezas como si fueran calabazas, había oído las historias de los combatientes de Angola, de la guerra en Etiopía y tantas historias de terror de aparecidos en las noches cuando la gente viajaba por los campos, pero un hombre muerto y abandonado, del que la multitud sólo se apartaba como cualquier montón de basura, no entraba en mi mente ¡yo no estaba en mi Nueva York! Para completar mi mala situación tío Hiler me dijo abruptamente:
- ¿Qué cojones mira? ¡Avanza!
El muerto, las moscas, el olor a cadáver, la voz de mi tío que me sonaba al oído como una humillación, todo me horrorizaba. Sentí vergüenza de andar al lado de Hiler y no sabía por qué ¿Cómo un ser humano tan cariñoso, tan dulce conmigo me iba a tratar así por el hecho de estar impresionado por algo que rompía mi imagen de Nueva York? Durante un rato más caminamos hasta la tienda de quincallas que me pareció tan porquería como el nuevo Nueva York descubierto.
Mi tío compró un grupo de baratijas que me enseñaba y explicaba para quienes eran: Esta para mi hermano Carlos, esta para Sofía la hija de Carmen, esta para Carmen. Había regalos para todos y no se había gastado más de un cuarto de jornada de trabajo. Sentí que le estaba jugando una broma a la familia. Mi tío engañaba a los indios de la familia. Compraba amor por espejitos de cobre. Falsos relojes, falsas pulseras, falsas cadenas, quizás mi tío fuera falso. Pero ¿cómo iba yo a juzgar mi tío querido porque me dijera unas palabras rudas al pararme ante un muerto? Al fin y al cabo, no se había hablado más del caso y ahora estábamos comprando regalos. Bueno mi tío se acordaba de la familia y los tenía a todos presentes. Yo tampoco podía ser tan tonto de exigir que Hiler fuera perfecto. Saqué los veinte dólares que aún me quedaban desde el viaje y le dije:
-Compra algo para tía Bermeja.
Ni corto ni perezoso escogió una prenda de cinco dólares, era como una gargantilla, y me pareció bella. Me devolvió 15 y me dijo:
-Tu tía te lo agradecerá. No hay que gastar mucho para regalar a los familiares de allá. Para ellos esto es oro molido y además son regalos de una importante tienda de Nueva York.
Tan triste me puse que tuve que ir al baño para que él no se diera cuenta. La expresión cuando el muerto me dolió en los mismos cojones que el mencionó, pero esta me golpeó el corazón.
Caminamos por la calle un poco más y Hiler me enseñaba los clásicos edificios, los cuales yo de mirarlos ya sabía cuáles eran, como de conocerlos de toda la vida. Encontramos una calle en que las mayorías de las personas me parecían caribeñas. Pasaban los ómnibus descubiertos con los turistas haciendo fotos y yo pensaba que jamás verían al muerto y quizás me robarían al Nueva York de mi infancia sin encontrar al de mi vejez.
Hiler me sacó de mis torpes pensamientos cuando me fue llevando para la parte de atrás de unos grandes contenedores de basura y sacó la botellita del bolsillo y me brindó un trago el cual empiné profundo tal y cual sabía que era la dosis que necesitaba. Otra ronda más y volví a beber. Sentí que el ron quemaba agradablemente la garganta y me alegré como de tomar medicina para el alma. Fue entonces cuando oí por primera vez el discurso de filosofía práctica de mi tío:
-Este país es así, uno no puede andar con pendejadas de las cosas que ve. En este lugar no se preocupa uno más que por uno mismo. La gente se muere aquí y allá. Allá lo lloran y aquí no interesan. Los muertos al hoyo y los vivos al bollo. Vi que te quedaste mirando al muerto como otro muerto. Eso es cosa de la policía, el Departamento de Homicidio se encargará del caso. Si la gente se para a mirar lo que no le interesa se congestiona la calle. Aquí hay que caminar y seguir pa’lante. También veo que te preocupas por la familia y eso es bueno, pero no puedes gastarte el dinero con ellos y pasar necesidad aquí porque si no lo haces así ¿para qué cruzaste el mar? Tiene mucho que aprender. No te olvide nunca que si en este país las personas actuaran con la lógica de allá estarían pasando hambre como los que viven en la isla. Con lo que ha visto necesita tomarte varios tragos. Cuando yo llegué me pasó igual pero el ron me quita el dolor y aquí hay en abundancia. Vamos a tomarnos esta cantimplora y después compro una botella y en el baño la lleno. ¡Vamos sobrinote que la vida es un tango! ¡Tómese el otro trago!
Así fue. La próxima tienda era especializada en bebidas y llenó su cantimplora al estilo Hemingway.
TRES SEMANAS DE DIETA ¡¡¡IR!!!
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