26. Cuando el ángel le confesó a Pedro que quería casarse

02.03.2016 17:37

En el poblado capital de la tribu todo transcurría normalmente mientras los varones adultos iban temprano para las plantaciones, los niños para la escuela, donde ya Porfirio no daba clases, y las mujeres empezaban a hilar, tejer y hacer pulpas de  frutas, cocinar y a atender las gallinas que estaban lejos del poblado donde un árbol que era dormitorio marcaba el harem para un único gallo. Árboles como éste separados por una distancia grande había uno para cada gallo. Por la mañana ellas llevaban el maíz y por la tarde eran los niños. Ambos recogían los huevos sabiendo a cual ave debían dejar para empollar, siempre de las más hermosas: era martes.

Los lunes los hombres acompañados por los niños varones más grandes que ya saben leer escribir y las matemáticas básicas van de cacería y de acuerdo a como orienten el cura y los apóstoles sabrán a qué animales se les puede disparar un flechazo de muerte y cuales hay que dejar ir porque es  la época de reproducción. Cuando algún animal peligroso merodea los niños no pueden ir a los palos de las aves y todos los hombres se ponen en acecho hasta ahuyentarlo o matarlo si fuera necesario.

Un maravilloso elixir ¡¡¡IR!!!

Aunque este es el poblado capital hay ocho más donde un anciano manda localmente pero los domingos todos vienen a la iglesia que es una casa inmensa y que también hace de sede de gobierno y es donde se reúne el cabildo. Cuando el ángel le confesó a Pedro que quería casarse  Luz del Alba quien es de uno de los asentamientos más lejanos se quedó aquí para recibir las instrucciones prematrimoniales por las mujeres encargadas de estos menesteres. La enseñanza se refiere más bien a cuestiones íntimas que solo se hablan entre mujeres pues todas las niñas aprenden desde bien jóvenes a realizar las labores que le pertenecen a las féminas en esta comunidad.

Luz, quien era la admiración de la comunidad, estaba contenta y un mundo de ilusiones corría por su mente. De noche cuando se acostaba en su hamaca se imaginaba volar por los cielos con su novio heroico. De día conversaba con Angélica María la prometida del Apóstol. Ambas eran novias felices. Pablo, aunque más terrenal, era un apuesto joven muy respetado en toda la tribu: un tesoro para cualquier muchacha. Angélica le pidió a Luz que hablara con el ángel para que un día invitara a su novio y a ella a volar por los aires.

Desde que los antepasados remotos vinieron a esta tierra y colonizaron  este sitio ningún miembro ha salido de esta selva por temor a los de España. El Padre Almansa lo dejó dicho bien claro: Deben huir siempre de los españoles para que no los esclavicen. Ellos llegarán un día hasta donde estén y ustedes deben ir más adentro de la selva. El oro hay que guardarlo bien. Así estarán cumpliendo los diez mandamientos hasta que el Mesías llegue.

Nadie sabe cómo es un español. Solamente han visto a otros indios de la selva, cercanos a ellos y los consideran socialmente inferiores por no hablar castellano, no practicar la religión cristiana, por andar semidesnudos y por muchas otras cosas. En realidad los de la sagrada tribu del Padre Almansa saben hacer muchas cosas que los otros humanos de la selva jamás han hecho como leer y escribir, fundir el hierro y el cobre para hacer instrumentos de labranza, fabricar papel y tintes de colores, hilar y tejer, medir el tiempo, seguir los astros y llevar el calendario. Los de Porfirio rehúyen al encuentro de aquellos y son pocos los incidentes que se dan en los que están involucrados los otros. Las incursiones de forasteros son escasas y el comercio con ellos es nulo.

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