18. Su pelo golpeaba con el viento una cola exageradamente grande de acuerdo con la norma anatómica de aquellas muchachas

02.03.2016 17:19

El padre Porfirio estaba en lo alto de la tarima y a su lado los once apóstoles, las curanderas de cosas de mujeres, las parteras, los pintores, los escultores y los poetas, todos con tambores y el pueblo al frente, atentos, y el sacerdote y jefe de aquella singular comunidad habló así:

Revertir Caida Del Cabello

 

–Al toque de los tambores vamos a escoger la doncella más bella y más pura a criterio del pueblo. Después habrá areito hasta que el gallo cante una vez pues mañana es día de trabajo.

Las parteras y curanderas habían examinado a las doncellas casaderas cerciorándose de que realmente fueran vírgenes y que estuvieran sanas del vientre. No quería Porfirio ningún fraude que fuera a ofender a un ser celestial. Las doncellas iban entrando por una escalera en el lado izquierdo y una vez en el entarimado los tambores empezaban a tocar con diferentes ritmos y fuerzas según la interpretación de aquellos que tenían la potestad del voto primario. Pero el pueblo abajo funcionaba en asamblea. La primera en subir fue una alta y bella joven con ojos hermosos y un cuerpo como si hubiera sido moldeado a mano. 

Los tambores tocaron y se sentía cierta armonía que indicaba aceptación mayoritaria. El público apoyó el voto con un sonido que salía de su boca y que vibraba con el suave pero rápido golpeteo de la punta de los dedos de las manos unidos. Ésta se quedó arriba. Otras tuvieron menor aceptación y no todos los tambores tocaron ni todas las bocas ulularon.

¡Glúteos de escándalos IR!

Una joven subió y era ya como la decimoquinta. Tenía la piel cobriza como todas las otras, pero su cuerpo destacaba en sensualidad más que ninguna. Su pelo golpeaba con el viento una cola exageradamente grande de acuerdo con la norma anatómica de aquellas muchachas. Algo atípico allí era que sus ojos eran azules. Los tambores tocaron fuerte y fue tal la armonía que parecía música de areito. El pueblo ululó con deseo. La siguiente muchacha dejó al jurado casi en silencio y el pueblo cayó. No se quedó arriba. De ahí en adelante todas las otras candidatas tuvieron la misma fría respuesta y tenían que bajar.

Para el padre Porfirio fue fácil determinar entre las diez que quedaron arriba. Señaló a la muchacha de la cola grande y los ojos azules y volvieron los tambores a sonar a cuero limpio y el público llenó el aire con su ulular. Cuando el padre Porfirio posó su mano en la cabeza de las otras doncellas el silencio fue la respuesta.

– ¿Cómo te llamas hija mía? –preguntó Porfirio.

–Luz del Este Almansa Cuba.

– ¡Alabado sea Dios! ¡Tenía que ser una descendiente de nuestro padre fundador la elegida para casarse con el Arcángel Gabriel! Estoy seguro que nuestro mensajero celestial la aceptará tanto por la belleza como por el linaje.

Inmediatamente los tambores, ahora de los músicos oficiales, comenzaron a retumbar en la polirritmia que tanto gustaba a aquel pueblo: ¡era areito!

 

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