5. Recuerde siempre que además de ir en el nombre del rey también lo hace en el de Cristo

02.03.2016 16:34

Pánfilo y Jesús estaban frente a la casa gubernamental de Santa María del Puerto del Príncipe viendo a algunos niños, evidentemente nativos, que jugaban en una calle que bien pudiera confundirse con un lodazal si estuviera lloviendo. Dos no eran tan indios y en sus ojos podía verse el pecado original o que algún matrimonio interracial había llegado a la isla. Algunas de las casas eran bohíos como en porfía con las otras que pujaban el aire peninsular sin superar cierta etapa siendo los materiales de construcción de los alrededores.

En el camino Pánfilo le había entregado al forastero una faltriquera con aproximadamente ocho onzas de oro en pequeños granos como de arenilla. El hidalgo pensó que si esta cantidad era sólo para agradar a aquellos funcionarios la empresa de las encomiendas debía ser rentable. Era el primero oro que tocaba con sus manos en la isla por lo que no se había equivocado: había llegado a la tierra donde podría alcanzar el propóstio.

Era día de trabajo y para el gobierno de la villa comenzaban las labores a esa hora. Como en todo pueblo pequeño los funcionarios del Rey y de la Iglesia eran conocidos por Pánfilo y ellos sabían quién era él. Aún pasado diez años la población española  no había crecido mucho. Jesús traía cartas de presentación de personajes de su pueblo con algunas recomendaciones y títulos. El escribano tomó notas muy despacio en un gran libro. De manera que a partir del 6 de febrero de 1524 el hidalgo Jesús Almansa de Altamirano, llegado en un barco español que se dirigía a la Villa de San Tiago pasaba a ser conviviente oficial de ésta en el norte de la Fernandina. En el libro quedó anotado que entregaba a la Santa Iglesia Apostólica y Romana la cantidad de ocho onzas de oro para las buenas obras y que se dispusieran como creyeran conveniente.  Nadie preguntó de dónde había venido esa cantidad pero tampoco los miembros del ayuntamiento eran tontos como para creer que alguien iba a traerlo desde España para donarlo en la isla. Pánfilo no esperó que le dieran la bienvenida al nuevo miembro de la comunidad y empezó a hablar:

–Desde el verano anterior había comunicado a este ayuntamiento –decía mirando a los miembros del gobierno y la iglesia– que a quince días de camino a caballo desde aquí (agregó ocho días más de los reales) y adentrándome en la selva había descubierto un poblado de siboneyes pacíficos pero desconocedores de la fe cristiana que aún no pertenecen al Rey y que pedía permiso para tomarlos en encomienda. Vuestras mercedes me dijeron que no podían dármelo hasta que no tuviera un doctrinero. Aquí he traído al señor Jesús que es persona leída y escribida y conoce mucho de la Santa Biblia quien se ha ofrecido para enseñarles castellano y llevarles la fe en Cristo a esos que tanto la necesitan.

Pánfilo, que había ensayado por mucho tiempo su discurso, sabía que todo era como un juego de palabras, también sabía lo que hacían los encomenderos con los nativos. Quién aún no había entrado en el juego era Jesús Almansa de Altamirano y nuevamente comenzó a soñar. Se imaginaba como un maestro de escuela, viendo a sus indios y diciéndoles las más bellas palabras de la fe. Por un momento reflexionó sobre sus propios pensamientos y se dio cuenta que estos seres no sabrían hablar español y habría que enseñarles para poder adoctrinarlos. Su imaginación lo volvió a llevar a una especie de iglesia pastoreada por él en la cual los miembros eran como sus discípulos, todos buenos y apacibles conviviendo en el amor a Cristo.

Contrario a la creencia de Pánfilo de que el cura examinaría a su protegido el consejo del ayuntamiento deliberó su petición en menos de diez minutos y el escribano llevó al papel la entrega de ochenta nativos  y lo declaró su encomendero así como al señor Jesús como su doctrinero. Desde hacía tiempo en esta villa no se daban encomiendas y ahora el reluciente encomendero se preguntaba por qué le otorgaban una cantidad de indios si él nunca había informado el número, pero era mejor callar pues había logrado algo muy importante. Quizás fuera la cifra apropiada para el tributo al que el ayuntamiento aspiraba o por lo menos colocaron en el libro la cantidad que permanecería poco alterable si por cualquier causa los indios eran diezmados o la producción de oro era pequeña. Pánfilo pensó que algunos de aquellos señores sabían leer y no era por gusto.

El veedor hizo un aparte con Jesús aparentemente tratando de mostrarle al recién  llegado la villa desde una ventana. Cuando estaban bien distante del resto le dijo en voz lo suficientemente baja como para que solamente lo oyera él:

–Los crímenes cometidos con los indios lloran antes los ojos de Dios. Recuerde siempre que además de ir en el nombre del rey también lo hace en el de Cristo. Va a llevar la doctrina del Evangelio y por lo tanto no debe permitir abusos con ellos. Si usted no es allí un representante del Redentor entonces lo será del Maligno.

Estas palabras dichas por un hombre de fe quedaron bien profundas en la mente de Jesús Almansa de Altamirano y las recordaría toda la vida aunque fue la primera y última vez que vio al veedor. Sintió nuevamente en su vida la sensación de que en medio de la gente que se mueve por los intereses humanos hay quienes se mueven por los de Dios.

–Desconozco señor que tipo de abusos pudieran cometerse con los indios pero yo siempre estaré del lado de Cristo. Esté usted confiado en este servidor de la fe que ha surgido hoy.

SIGUIENTE >>